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Walter andres tejada™

los mitómanos

Mitómano o mitómana deriva de mitomanía, con origen griego mitos (mentira) y manía (modismo).

No hay quien no haya cometido alguna vez una pequeña mentira. No decir la verdad forma parte incluso de la comunicación de todos los días, por ejemplo, al no querer algo que ya nos comprometimos a hacer o las “mentiritas blancas” que hace sentir bien a alguien.

El problema surge en algunas personas cuando tienen un comportamiento compulsivo mintiendo reiteradamente. Un mitómano es alguien que magnifica o disfraza la realidad sin medir las consecuencias. La distorsión que sufre se llama mitomanía y está catalogada como un trastorno psicológico. Esta puede ser una conducta dentro de un conjunto de síntomas de varias enfermedades psicológicas, particularmente en trastornos de la personalidad.

El mitómano miente para construir una mejor imagen de sí mismo frente a los demás o para conseguir lo que desea. Se caracteriza por recurrir a la mentira continuamente sin medir las consecuencias, con tal de maquillar una realidad que considera inaceptable, que no puede enfrentar. Es decir, utiliza la mentira para engrandecer su figura y disfrazar algunos aspectos de su pasado y presente, como ocultar sus humildes orígenes, pasar económico o trabajo. La mentira se convierte en algo cotidiano que no puede evitar, por lo que se recurre a cadenas de mentiras para mantener la farsa.

¿Quiénes sufren mitomanía?

Este síntoma está presente en trastornos de personalidad graves y se puede relacionar con diferentes tipos de personalidades: aquellos que están necesitados de cariño, los que sufren un trastorno de personalidad hipertímica (personas que tienen un ánimo muy elevado superficiales, frívolos, impacientes), personas autodevaluadas con muy bajo nivel de estima y también las personas muy pretenciosas. Algunos adolescentes padecen de este trastorno debido a su personalidad inestable. Esta conducta se presenta mayormente en aquellos cuyos padres son excesivamente rígidos o exigentes con ellos.

La mitomanía esta presente también en enfermos de esquizofrenia, aunque no es un síntoma principal sino accesorio. Además, según los especialistas, se puede presentar en enfermos que sufren de un trastorno ficticio donde la persona que lo padece inventa enfermedades.

En el caso de los niños que son considerados mentirosos, debemos tener en cuenta que no se los puede diagnosticar con el mismo estándar que a los adultos. Los especialistas comentan que en la infancia la mentira no tiene juicio ético debido a la inmadurez del desarrollo cognitivo y emocional. Si dicen mentiras a partir de los 10 años (edad en que pueden distinguir entre la verdad y mentira), hay que corregirlos pero no preocuparse hasta que no sean muy frecuentes. Además, explican que los niños viven una fantasía que es parte de su desarrollo y no puede ser catalogada como mentira.

¿Cómo ayudar a un mitómano?

Por lo general, los mitómanos por más que saben conscientemente que mienten, no buscan ayuda psicológica. En el caso de sus allegados, conviene enfrentarlos, hacerlos confesar que mienten y acompañarlos a la consulta psicológica. El tratamiento se hace en conjunto con los familiares, para que estos vuelvan a tener confianza en el paciente y lo apoyen.
El especialista investigara cuáles son las motivaciones más profundas inconscientes, que sólo pueden ser descubiertas mediante un tratamiento clínico. El paciente, con el tratamiento adecuado, podrá superar la mentira y comenzará a vivir la realidad tal y como es y podrá gozar de la confianza de quienes lo rodean.

Mitómanos verídicos

Algunos son famosos y son parte de los libros de historia como es el caso de algunos políticos; otros son parte de las anécdotas de biografías no autorizadas. Pero los que más nos afectan, por las consecuencias penales y económicasque pueden acarrear sus mentiras son los casos que se dan entre nuestros familiares, amigos o conocidos. Veamos dos historias de mitómanos para tener un ejemplo:

Enrique, solía hablar frente a sus amigos y compañeros de trabajo de sus viajes a Europa. En sus mentiras contaba los nombres de los hoteles donde se hospedaba, los restaurantes que visitaba y siempre para no levantar sospechas, con descripciones muy precisas. Hasta que un día, por razones de trabajo debía viajar a Estados Unidos, pero tuvo que negarse y admitir que no sólo no tenía pasaporte, sino que nunca había salido de los límites de la ciudad donde vivía.

Mariela se encontraba en su casa, recibió una llamada e inmediatamente después se largo a llorar. Totalmente conmocionada le contó a su padre que la llamó la madre de su novio y que este había tenido un accidente con la moto, que había muerto y que sus últimas palabras habían sido: “llámala y decile que la amo”. Durante cinco días, Mariela le rezaba a la imagen de su difunto novio y permaneció encerrada. Su padre, preocupado por la actitud de su hija, decidió llamar para averiguar que había pasado con el novio, pero se entero que no había sucedido ningún accidente y que su novio estaba vivo.

Como en tantos otros casos, ante la duda, se recomienda la consulta con el especialista. Ante la negativa del enfermo a concurrir no se debe descartar la consulta por parte de los familiares afectados que también necesitarán apoyo terapéutico.

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