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Walter andres tejada™

Así es la vida en el Palacio de Buckingham

Un nuevo libro de Brian Hoey revela cómo la sede de Isabel II de Inglaterra, en Londres, es a su vez el reino de las más raras costumbres, las reglas anticuadas, los caprichos y las fobias de la soberana y su consorte Felipe.

Los seguidores de la realeza viven familiarizados con sus pompas y escándalos, pero es muy poco lo que saben sobre la vida puertas para adentro en sus palacios. Ahora, en su nuevo libro We Are Amused: A Royal Miscellany, Brian Hoey destapa las peculiaridades de la cotidianidad de la monarquía más célebre del mundo, la británica, nada exenta de ostentación y caprichos.

En su Palacio de Buckingham, por ejemplo, la reina Isabel II no permite que sus sirvientes vistan chalecos, mocasines, sastres color marrón y mucho menos corbatines, pues los odia. Además, detesta los edredones y prefiere las mantas de lana y las sábanas de lino.

El protocolo en Palacio se rige por viejos preceptos, pero cada monarca también impone sus gustos. Así, en la capilla real los sermones en los oficios religiosos no pueden pasar de 12 minutos, pues tanto la Reina como su consorte, el príncipe Felipe, deploran que sean largos. “El alma no puede absorber lo que el trasero no puede tolerar”, dijo alguna vez el deslenguado príncipe.

En la mesa, el marido real también ha impuesto su estilo: a los invitados se les advierte comer lo más rápido posible, ya que, por protocolo, los meseros deben retirar los platos una vez que él, quien devora en un santiamén, ha terminado. La bebida favorita de la Reina es una mezcla de dos tercios de ginebra con un tercio de Dubonet más hielo. Como a ella no le gusta el sonido de los cubitos en el vaso, Felipe se inventó un aparato que los convierte en diminutas esferas de hielo que se friccionan sutilmente.

Hoey cuenta que la Reina tiene un equipo de 330 personas en sus palacios, más otros 250 honorarios y temporales, que deben cumplir con las más extrañas exigencias. Las aseadoras, por citar un caso, deben caminar hacia atrás cuando aspiran, para no dejar las marcas de sus pisadas en los tapetes. Para ser lacayo, además, se necesita medir 1,80 metros y tener unos 91 centímetros de pecho, para encajar en los uniformes existentes, que cuestan más de dos mil libras esterlinas cada uno. Algunos datan del reinado de Eduardo VII, bisabuelo de Isabel. La servidumbre es tan importante en Palacio, que se recuerda que una vez un valet se ganó una fuerte reprimenda cuando le preguntó a su real jefe qué corbata debía traerle: “¡Usted escoja! Para eso le pago”.

La Reina y su familia siguen siendo muy solicitados y obsequiados. La monarca recibe más de mil cartas a la semana, de modo que Buckingham tiene su propia oficina de correos. Estas misivas son abiertas por sus asistentes, excepto los sobres en que sus remitentes escriben sus iniciales en la esquina posterior izquierda, código que significa que son de amigos cercanos. Y en cuanto a obsequios, lo que más recibe la soberana son chocolates, los cuales ella nunca disfruta, pues toda comida o bebida que les es enviada a los Windsor es destruida de inmediato, ante la posibilidad de que contenga veneno.

¿Y cómo es un día en la vida de Buckingham? Los rituales comienzan a las 9 de la mañana, cuando el gaitero real, que la sigue a todas partes, toca durante 15 minutos bajo su ventana. Si hay invitados, la pareja real no desayuna con ellos, sino que más bien toma el té o cena. Isabel no tiene necesidad de salir de su mansión para ver a médicos, optómetras, manicurista y peinador, pues ellos la atienden en casa, menos el odontólogo, al cual acude en Harley Street. Felipe, por su parte, tiene su propia barbería en sus aposentos, donde el peluquero lo visita cada semana. Si alguno de sus hijos quiere verlo, tiene que pedirle cita con su secretaria privada.

En la pasada Navidad, la Reina envió tarjetas firmadas según la cercanía con el destinatario. Para los primos Gloucester o Kent firmó como Lilibeth, su sobrenombre de la infancia, mientras que para el Primer Ministro usó el formal Elizabeth R (en latín: Elizabeth Regina). Lo curioso es que si bien la fiesta de los Reyes Magos es la solemnidad por excelencia de las testas coronadas, ella no cree en esta tradición y le gusta que la decoración navideña permanezca, no hasta el 6 de enero, como se acostumbra, sino hasta febrero.

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